Cuentan los relatos ancestrales que en los albores del mundo, cuando Dios tejía los hilos de la naturaleza, convocó a los árboles en una asamblea celestial. Allí, les ofrecieron la oportunidad de elegir la estación en la que desearían desplegar su esplendor en la Tierra, agregando belleza al mundo.
Hubo un revuelo entre los árboles, y todos comenzaron a vocear sus preferencias: «¡Otoño!», clamó uno. «¡Verano!», gritó otro. «¡Primavera!», resonó el coro. Sin embargo, en medio de esa efervescencia, Dios notó que nadie deseaba la estación del invierno.
Intrigado, el Creador preguntó: «¿Por qué ninguno de ustedes anhela florecer en invierno?» Cada árbol tenía sus razones; algunos temían la sequía, otros el frío, y otros aún recordaban las dolorosas quemaduras de años anteriores.
Entonces, Dios hizo una humilde petición: necesitaba al menos un árbol valiente, dispuesto a embellecer el invierno, a enfrentar el frío, la aridez y las llamas que acechaban, ya traer color y vida a esa estación desafiante.
Un silencio se apoderó de la asamblea, hasta que un árbol tranquilo y apacible, en lo más profundo de la congregación, sacudió sus hojas y dijo con determinación: «¡Yo iré!».
Con una sonrisa, Dios indagó: «¿Cuál es tu nombre?». Y aquel árbol, con modestia, respondió: «Me llamo Tajibo, Señor».
Los demás árboles quedaron estupefactos ante la valentía del Tajibo y su aparente locura al querer florecer en pleno invierno. Dios, en su infinita sabiduría, anunció: «Por responder a mi llamado, Tajibo, no solo florecerás en invierno, sino que lo harás con una paleta de colores sin igual. Tu linaje será vasto y tus hojas serán un espectáculo de blancos, amarillos, amarillo del pantano, amarillo de la hoja lisa, amarillo niebla, rosas, púrpuras y más«.
Así fue como Dios creó uno de los árboles más hermosos que desafía al invierno y viste la estación fría con su espléndido manto multicolor. El Tajibo, con su valentía y singular belleza, nos enseña a florecer incluso en los inviernos de la vida, llenando cada día con la paleta de nuestros propios colores y texturas.
«Que podamos ser como el Tajibo y sepamos florecer en los inviernos de la vida».
– Luis Familiar Delgadillo